Caminaban
monte abajo, entre pinos y castaños. Un alud de colores inundaba cada
paso, él, sólo pensaba en volver a coger su mano y también en algún milagro para
terminar perdidos por aquel lugar, dejar que la noche borrara los caminos, imaginaba quedarse
incomunicados, ser las dos únicas personas en el planeta, quizá así, ella...
Seguían caminando, callados, con pensamientos opuestos, la luz seguía
brillando y colándose por cada hueco que dejaban las sombras en el bosque, cada
uno en un mundo, uno, con un futuro apasionante, otro, con los sueños
totalmente rotos.
Zorros, búhos,
jabalíes, alimañas nocturnas, pues se hizo la noche y después de extraviarse
por fin, encontraron un cobijo entre piedras. El frío, el suspiro del viento,
hicieron que ella volviera a abrazarle durante horas amparada por algún miedo, y apoyados
en las rocas entre las hojas secas, besó de nuevo sus labios...
Después de tantos pasos
observando, sintiendo, imaginando, lo cierto fue el llanto, la imposibilidad de
reprimirlo. Un casto abrazo entre lágrimas después de admitir el fracaso, el
pañuelo empapado, y mientras, la tarde agonizaba
con el camino bien señalado para un regreso sin pérdida. La tierra comenzó
a rotar otra vez y sus colores se extinguieron definitivamente.
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