16 julio 2007

D. T. N.

Me tumbé y miré al cielo. Mi espalda se convirtió en un objeto de sacrificio justo al recostarme en las rugosas piedras de una de las calas de la playa de S'Estanyol.
El espectáculo comenzó cuando las nubes se iban deshaciendo con la fuerza del calor mientras me mostraban imágenes extrañas cambiando a cada instante por otras nuevas con igual rareza. Según lo hacían creaban en mí la ansiedad suficiente como para no querer dejar de verlas y jugué con mi mente a localizar sus formas en alguna visión parecida a lo largo de mi vida. Pero se desvanecían irremediablemente dejándome una estúpida tristeza aquí dentro que no necesitaba, la película se iba terminando y otros recuerdos continuaban apoderándose de mí.

Justamente al desaparecer la última en el cielo, dejándome solo con el silencio, la paz y lo sinuoso del oleaje ibicenco, en el preludio de ese desierto azulino quise cerrar los ojos y dar mi batalla por perdida, pero apareció generosamente una gaviota sustituyendo tal vacío. Ese fondo tan plano y cruel como un lienzo al no saber que pintar lo atravesó el animal alado dando una pincelada con total sabiduría y regenerando mi ánimo.
Desapareció en unos segundos no sé de qué manera, difuminada como las nubes, pero cierta calma apareció al instante sin llegar a dejar caer una lágrima de cada ojo encima de ninguna roca.
Voces que nadie oye, las mías propias, palabras sueltas a las que solo había que poner un poco de orden retumbaban en mi cabeza dándome clases de tranquilidad, y en medio de un pensamiento tras otro y de una reveladora paz, comenzó un paseo cósmico con un nuevo lenguaje a cargo de nuevos actores nubosos que no terminaban de aparecer. Ese era mi deseo pero no para tapar al agradecido sol, sino para seguir leyendo el resto. Algo me decía que debería saber esperar, que debería aprender a calmar la angustia, que no tuviera ninguna prisa para nada porque nada tenía fin.
Ahora los ojos más abiertos expectantes y llenos de deseo, dependieron totalmente de lo que el cielo quisiera mostrarme para intentar traducir el extraño lenguaje. El desfile comenzó, y por el lado izquierdo aparecieron nuevamente algunas nubes, al mismo tiempo también otras por el lado derecho hasta juntarse y coincidir los huecos de unas con el espesor de otras, como un puzzle claro, una ecuación lógica, como si el destino existiera. Sus engranajes eran perfectos, ya no eran formas aleatorias y sin sentido, ni se deshacían por los latigazos de calor, sencillamente danzaban y saludaban entre sí, se cruzaban con el único aspecto de nubes y no de formas extrañas, caminaban, paseaban, y comprendí que el miedo que da vivir por no querer morir no tenía ningún sentido, que aunque piense que no somos de aquí estamos casi adaptados, que el ciclo va a continuar conmigo también por algún motivo y lo seguiré viendo si pierdo el miedo, si logro relajarme, si no me opongo tanto, si dejo a la vida seguir el cauce marcado, que el reciclaje es una realidad, que no por envejecer todo se acaba.
El cielo volvió a quedar vacío después de mostrarme esa rara y reveladora lectura y en tal sublime instante fui yo quién empezó a ponerle lenguaje, pinceladas con una calma que me hacían insensible al dolor físico que ofrecían esas piedras en mi espalda.
La misma gaviota, lo sé, volvió a pasar y me ayudó de nuevo en algún trazo quizás mal dado, entonces sentí por primera vez la ausencia del miedo, de repente me creí eterno y pude cerrar los ojos con una sonrisa llena de victoria compartida entre dos fuerzas, la del cosmos y la mía.

Así que no me preguntéis qué tal las vacaciones porque eso no fue más que un mensaje tribal, un contacto con los dioses después de unas caladas plenas a un canuto de marihuana, porque no he podido dejar de pensar ni de quitarme el miedo realmente, y menos ahora que he vuelto donde las pilas se descargan hasta quedar totalmente sulfatadas.
Viajé en tren, volé unos minutos, esperé horas de transporte creyendo que no pensaba en nada, he comido poco y mal como siempre, salvando tres noches con un ángel amigo que me dio hospitalidad y buena compañía. He nadado, flotado y buceado en un mar azul turquesa tan cristalino como las ideas que llegué a tener, he caminado distancias enormes, cansinas y abrasadoras acompañado por alguna que otra lagartija que al final dejé tatuada en mi pie izquierdo, paso tras paso como un peregrino pero sin llegar a hacer el camino de Santiago, aunque ese fue uno de mis destinos sin saber por qué. Conduje durante cientos de kilómetros sin un fin determinado, he hablado conmigo mismo hasta rozar el ridículo, he ligado como el culo, como uno tan plano como el mío, no crucé palabra con nadie producto del miedo excepto esos tres días con el ángel mencionado. Digamos que he tenido unos días diferentes al haberme arriesgado a salir de la rutina de esta vida tan fría con el mundo en general.

Y si no fuera por esta tinta que no existe pero que se puede escribir tanto como leer, estaría dejando las experiencias que deseo tan difuminadas como las nubes de ese cuento auténtico, que tampoco estaría mal.
Pero necesito creer que todo tiene un sentido aunque no sea fácil de encontrar, leyendo mensajes donde otros ven un simple decorado natural y podrían llamar a los loqueros para retirar esa "basura" de libertad que nadie se cree pero que llevamos impresa desde el momento de no nacer y también desde el de no morir.
Bien, las vacaciones bien. Besos a todos y a todas, en las manos y las mejillas, en la boca y en el sexo, en todo el cuerpo desde los pies a la cabeza, porque la imaginación es una cosa y la realidad otra no tan diferente.

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