encuentros, nervios, desapariciones, deseos
y otras amistades, compañías y soledades,
todo está bien,
incluso lo que no lo está,
lo peor es el frío que hace
Cuando era niño, en una de esas clases de anatomía, aunque no recuerdo que diéramos esa asignatura, serían ciencias naturales o algo así, da igual, de los pocos músculos del cuerpo que recuerdo, en especial eran los risorios, se me quedó ese nombre, era fácil recordar, también bíceps, tríceps y poco más, pero los risorios estaba claro a qué se refería.
El caso es que no sé si existen los “tristorios”, no lo he
mirado, imagino que no, pero seguro son los mismos dejándose caer. Me encanta inventarme palabros.
Risorios, si le ponen ese nombre es que es el estado natural de estar, algo hay que no va como se pretende, pues estaba lloroso y mis risorios no funcionaban, estaban excesivamente relajados en su parte más baja y triste por impotencia, ansiedad y cosas por el estilo, y los echaba de menos para que le mandaran un mensaje a la zona gris y más alta de mi cabezota, que algún motivo me hiciera sonreír y entraran en funcionamiento perfecto haciendo honor a su nombre.
Tomé alcohol, me fumé un petardo, me dio todo igual y me
eché a reír como un imbécil.
Y nada, que me puse a escribir risoriamentetriste y tuve que parar.
Un buen taconeo por la calle vacía, ellas dos van delante escuchando mi claqueteo, solitas del brazo, atrás mi sintonía constante con un ritmo perfecto, seguro en cada pisada, justo la de mi coraza de hierro, que retumba en la calle, que se me oiga a propósito, mi pisada la de golpe al clavo, clak! clak! clak! clak! clak! la que quizá de algo de miedo, sin tacones de aguja sólo de centímetro y medio, en esa calle vacía con tres en la noche y luna llena por cierto, por donde vuelvo tan decepcionado sin dar ni un mal paso sin eses ni contratiempos, con el poder de su miedo, ambas van juntas y yo solito a cinco o seis metros con mi paso fuerte pero sincero, con el idioma del ritmo constante y seguro en el intento de comunicarme por morse, en el último instante antes del desvío de calles, que yo no era el malo, que cada uno tiene sus miedos.
65 tacos, es que es la polla, he llegado a tener incluso 23, que me acuerdo y dije, joder 23!
Se que están vivos pero estoy un poco cansado de intentar conversar con ellos, me hacen sentir una soledad aun más absoluta, igual que a mí les afecta el tiempo, la edad, el viento, la lluvia, el sol, la luna.
Cada uno de una forma, más altos, más bajos, más encorvados o estilizados, incluso lisiados, tanto ellos, los árboles, como ellas, las hojas y flores, me dejan hablar pero ni me abrazan ni me responden.
En mi teclado cae de todo, tabaco, marihuana, ceniza, lágrimas, también las yemas de mis dedos intentando expresar cada sentimiento o emoción abatido por el más cruel de mis enemigos, yo mismo.
Fue un fin de semana redondo, muy redondo, con más de un redondel. Olvidé devolver la llave y aparece cuando abro la cartera, hasta hoy.
La escena era, que llegaba a casa borracho perdido y después de abrir las puertas me colgaba en las anillas del porche, me daba la vuelta, pero al caer perdía el equilibrio e iba rodando dolorosamente por las escaleras a cámara lenta y antes de terminar en la piscina, ya me había ido quitando la ropa para no mojar los pantalones, la camiseta, los zapatos, los calcetines y por supuesto el móvil, así, según iba rodando.
Había pensado en eso en otra ocasión para hacer un vídeo gracioso con una buena producción que identificara lo que he dicho, porque en realidad, he llegado a casa borracho perdido, he abierto las puertas, me he colgado de las anillas, he perdido el equilibrio y he ido rodando dolorosamente por las escaleras a cámara muy rápida (o sea, a velocidad normal) hasta la piscina, sin poder quitarme la ropa mientras caía al agua, mojándome los pantalones, la camiseta, los zapatos, los calcetines y por supuesto el móvil.
Esa ha sido la escena...y no hay vídeo.
Lo que pasó es que se puso a llover en lo que parecía un día espléndido. Las cuevas que aparentan las piedras o sus formas justas para un rato sin mojarse, eso fue lo que nos acercó lo suficiente para la incomodidad rugosa y el amor que nunca fue. Y si entendiera que lo tengo todo con sólo mirar a los gatos.
Utilizo aquellos rotus impermeables que compré para diseñar sirenas y me pinté un rato los pies dónde cualquier día llueve de nuevo, no puedo estar quieto, la vida pasa así de lenta y me pone de los nervios su inmovilidad aparente.
La playa a seiscientos kilómetros, de camino Navalmoral, no pude seguir, me daba igual, era tarde, estaba agobiado, ansioso, viejo...loco, borracho, es posible que me atrape lo que no me guste porque no sé por qué paré aquí. No podía seguir.
¡Traes la cuenta cuando puedas! Y me fui caminando por el paseo marítimo, aunque el mar era de asfalto. Hay cosas que se me olvidan y otras que no puedo olvidar. No se cómo dormimos aquel día en la noche después de llevar el cigarro bien apagado en su coche para no molestar, pero dio igual, me regañaron como a un crío aunque lo hiciera bien, supongo que follaríamos, pero esas cosas no se recuerdan, follamos tantas veces...
clín, clín, ...a ver a quién le dije hola hace tres o cuatro horas!
Y decidí largarme y al salir me pareció Berlín, que nadie me pregunte.
Caminábamos y me equivoqué mientras pensaba, el lugar era tremendo, hablaban en portugués...me pasó algo parecido mientras en otro lugar hablaban en italiano y en otro en alemán y también en otro en inglés, sólo que me dirigí a ella hablándole en caliente pero mi idioma no tuvo sana traducción.
Lost time in Córdoba, es una música antigua de un músico antiguo, no es la canción, es Córdoba, aunque podía haberla escrito en Cuenca o en Madrid. Hay tantas otras ciudades que podría conocer...
La luna está ansiosa también, regreso, me doy la vuelta aunque me creo en la playa y sería incluso más triste. Me duele el ojo izquierdo, la garganta izquierda, el oído izquierdo, la cabeza izquierda, sólo ese lado, dormiré de ese lado también.