Donde yo paso las mañanas, perdón, no exactamente, en las calles del lugar donde yo paso las mañanas, los naranjos ya están en flor. No parece importarles demasiado la crisis, la que tienen con la falta de agua, la ausencia de un invierno nevado en las montañas de al lado, que les hubiera hecho en el letargo, más fuertes.
Se les nota duros de por sí, y florecen como si no pasara nada, ajenos al mundo humano donde habitan durante generaciones, sin afectarles ninguna mala vibración.
Soy foráneo, pero haciendo fotos parezco aún más extraño, raro, por hacérselas a un tronco, como si no lo merecieran, o quizá sientan envidia por no ser ellos el motivo de mi repentina “locura”, y en realidad no me importaría hacerles alguna a estos ancianos de al lado, con su piel similar, con brotes verrugosos y rostros escépticos.
No se paran a pensar, o quizá sí, que el resultado será ligeramente opuesto, al árbol le saldrán lindas y dulces naranjas de ese propio color, como bombillas encendidas en pleno día, a los viejos, no.
Yo sí, estaré esperando a florecer, me pintaré en cada mejilla una naranja, mientras me planto estático en cualquier acera como cada mañana echando un pitillo y escondiendo bien la que llegó a brotar una sola vez en el corazón.
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